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Sin título (4.81 mm x 2.95 mm, 0.43 ct, VS2 G)

2008
Diamante fabricado con cabello de miembrps de la comunidad rarámuri

4 impresiones de inyección de tinta

100 × 150 cm c/u

 

 

 

Un diamante con las características de tamaño y calidad de la gema que el título describe es colocado entre los dedos de la artista, quien realiza sus actividades cotidianas manteniéndolo entre sus dedos índice y pulgar durante 24 horas. Una selección de cuatro imágenes de distintos momentos de la acción registrada fotográficamente da fe del proceso de la acción y de la incisión que la gema deja en su mano. 

La conciencia del ser puede obtenerse de muchas maneras, a veces esos momentos de claridad en los que se reconoce la propia presencia en el espacio, en los que uno mismo se vuelve observador de su diseño biológico. Pensamientos provocados por momentos traumatizantes o conmovedores, por las pequeñas cosas -las que caben escondidas entre los dedos-, generalmente sólo crecen en importancia con base en la percepción colectiva.

Por la mañana, un costoso diamante fue sostenido con nerviosismo entre mis dedos. Por la tarde, los 4.8 mm de cristal de carbón hacían que volteara a ver mi mano con extrañeza. Horas más tarde estuve lista para soltar algo sin nombre, de lo que ya no me interesaba ni su brillo.

F.I.

4.81 mm x 2.95 mm, 0.43 ct, VS2 G

El Hombre urraca

Daniel Odija

 

 

 

El Hombre urraca

En un pequeño diamante reside la locura secular del hombre, pues atribuye a los minerales una importancia excesiva. Los toma por moneda capaz de comprar su felicidad y por su causa inicia guerras que aniquilan a familias y pueblos enteros. A cambio de un pedacito de oropel es capaz de vender el amor. Cree que la riqueza que persi- gue podrá proporcionarle libertad, pero se convierte en el esclavo de su deseo. Solamente existe una forma de deshacerse del deseo, y es absorberlo. Digerirlo, expulsarlo y dejar de pensar en él. Sin embargo, resulta más fácil de decir y entender, que de hacer.

 

Un punto en el mapa del cuerpo

Un diamante mantenido entre los dedos, durante un día entero, puede ser molesto como una piedra en un zapato o un dolor de muelas. Pasado un tiempo, no pensamos en otra cosa que no sea ese punto del cuerpo que irradia un dolor creciente. No nos damos cuenta de lo felices que somos cuando no nos duele nada, hasta que el dolor atrapa toda nuestra atención. Nos cerramos al mundo, reducidos a nuestro propio dolor, al deseo de que el dolor desaparezca cuanto antes. Contamos con el paso del tiempo para que convierta lo que es en lo que fue. Y surge en nosotros la esperanza de que hasta lo peor desaparece finalmente.

 

Inflamación

El tiempo es capaz de consumir hasta las piedras más duras. Y más aún al ser humano. Nuestra suerte suele decidirse en un instante. Para el moribundo, un día representa toda una época. Tras la muerte de alguien cercano, persiste en nosotros un punto de inflamación. Escuece hasta el fin de nuestros días. No lo enfriará el paso del tiempo, porque, entre la multitud de seres, aparecen en nuestras vidas algunas personas a quienes nadie ni nada podrá reemplazar. Aunque la memoria defectuosa va borrando lentamente la imagen del amor perdido, no podrá reprimir el pensamiento que vuelve una y otra vez. ¡Te echo de menos!

 

El arco iris del hombre urraca

Un diamante en bruto vale menos que uno labrado por el hombre. Es una manifestación de nuestro desprecio hacia la naturaleza y de nuestra tendencia a sobrestimar los productos humanos. ¿Por qué el diamante, labrado a partir de una piedra en bruto, enciende tan poderosamente nuestra imaginación y codicia? No lo apreciamos porque sea el carbón más antiguo del mundo, que custodia el código de nuestros antepasados. Nos ciega su resplandor. La difracción de la luz en sus bordes, regularmente pulidos. Un arco iris inexistente. Un resplandor imposible de atrapar 

o encerrar. Una ilusión percibida como algo real.

 

Leyenda

Mariano bebía agua y alcohol. Tal vez algo más alcohol que agua. Pasado un tiempo, Mariano vio que su juventud se había desvanecido. También el amor, que perdió por culpa del alcohol. Su amada le dejó una sortija con un diamante falso. Mariano se lo había regalado en los tiempos del amor. Tal vez creía que el brillo de la piedra falsa la hechizaría para siempre, uniéndola a él. Pero tan sólo era un diamante falso. Mariano lo llevaba en el bolsillo de su pantalón, cada vez más sucio. Porque había perdido su casa y su ropa para poder cambiarse. Vivía entre cartones, y la sortija era su única joya, que le recordaba la felicidad. Un día, Mariano se cruzó en la calle con su amada. Iba acompaña da por un hombre. No reconoció a Mariano en el borracho andrajoso y sucio. Mariano le tiró la sortija. Pero eso no cambió su suerte. Su amada ni siquiera se dio la vuelta. A partir de ese momento, Mariano vio el mundo a través de los diamantes de sus lágrimas. Era el mundo de falsos deseos. 

 

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